Tarde en Miranda do Douro o del Duero
20 Maio 2016
Qué sé yo el tiempo que no visitaba Portugal, ese país que está a tiro de piedra de los zamoranos, al que consideramos una extensión del nuestro y bien pudiéramos ser nosotros una extensión de él, con Lusitania siempre en mente y Viriato campeando para purgar de por vida nuestra dejadez de súbditos, ya que jamás entró en nuestras mentes ese concepto de ciudadanos al que debiéramos aspirar con todas sus consecuencias.
Es impresionante, desde la carretera aún en tierras zamoranas o españolas, Miranda de Duero, con el río de frontera natural, encajonado en Los Arribes y sus vertiginosas paredes graníticas, su catedral recortada en el horizonte configurado en lo más alto de la cuenca fluvial, rompiendo su monotonía y avisándonos de la importancia de la ciudad.
Les comento a mis acompañantes las preguntas que les hacía un escritor portugués a los peces del Duero en este mismo enclave, interesándose por su nacionalidad y si generalizo con ese escritor, sin darle un nombre, es porque ninguno de los tres que ocupamos plaza en el mismo coche, recordamos su nombre, aún sabiendo que hablamos de él y tardaremos un buen rato en que uno de nosotros lo pronuncie. Una vez en Miranda do Douro o del Duero, ya se sabe; dudas si no estarás aún en Zamora, en la calle Santa Clara, por ejemplo, debido a la cantidad de zamoranos con los que te encuentras y alguno de los élite esta vez, Demetrio Madrid, sobre el que uno de mis acompañantes tiene la ocurrencia de comentar: “La primera vez que lo veo fuera del Consultivo”. Los otros dos, sorprendidos, le preguntamos al unísono, ¿pero lo viste alguna vez allí? Y termina por reconocernos que no. “Es una forma de hablar”. Ya en la comida, en los postres, el comensal que tengo enfrente, exclama:
Ya lo tengo: Saramago.
Es impresionante, desde la carretera aún en tierras zamoranas o españolas, Miranda de Duero, con el río de frontera natural, encajonado en Los Arribes y sus vertiginosas paredes graníticas, su catedral recortada en el horizonte configurado en lo más alto de la cuenca fluvial, rompiendo su monotonía y avisándonos de la importancia de la ciudad.
Les comento a mis acompañantes las preguntas que les hacía un escritor portugués a los peces del Duero en este mismo enclave, interesándose por su nacionalidad y si generalizo con ese escritor, sin darle un nombre, es porque ninguno de los tres que ocupamos plaza en el mismo coche, recordamos su nombre, aún sabiendo que hablamos de él y tardaremos un buen rato en que uno de nosotros lo pronuncie. Una vez en Miranda do Douro o del Duero, ya se sabe; dudas si no estarás aún en Zamora, en la calle Santa Clara, por ejemplo, debido a la cantidad de zamoranos con los que te encuentras y alguno de los élite esta vez, Demetrio Madrid, sobre el que uno de mis acompañantes tiene la ocurrencia de comentar: “La primera vez que lo veo fuera del Consultivo”. Los otros dos, sorprendidos, le preguntamos al unísono, ¿pero lo viste alguna vez allí? Y termina por reconocernos que no. “Es una forma de hablar”. Ya en la comida, en los postres, el comensal que tengo enfrente, exclama:
Ya lo tengo: Saramago.
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